La lectura de algunos fragmentos de la novela de Fernando Aramburu Vida de un piojo llamado Matías nos ha permitido trabajar en clase el punto de vista narrativo. Después de realizar un ejercicio de imitación y, al mismo tiempo de creación, ha quedado claro que el narrador puede ser muy diverso aunque elija la 1ª persona para contar su vida.
1. Los primeros pasos
Yo nací en la nuca de un gigante humano que era maquinista.
Los primeros once días de mi vida, que es lo mismo que decir mi infancia entera, los pasé montado en la cabeza del gigante. El gigante, a su vez, iba montado en un tren de mercancías y de vez en cuando atravesábamos una alguna ciudad.
Aquel gigante se llamaba Matías. Como yo no tenía nombre, me pareció bien tomar el suyo. De esta manera, cuando alguien le preguntaba:
- Hola, Matías. ¿Cómo va eso?
Yo sentía con agrado que también me hablaban a mí.
Y cuando él respondía:
- Pues aquí estoy tan tranquilo, rascándome como de costumbre la cabeza.
A mí me daba por pensar que era yo el que pronunciaba aquellas palabras
Fuera de unos pocos remansos de tranquilidad, no he tenido una vida fácil. He viajado bastante, eso sí, y he visto lo que he visto.
La gente cree que los piojos sólo sabemos picar y tumbarnos a la bartola entre una y otra picadura, pero no es verdad. ¡Cómo si no tuviéramos nuestros propios sentimientos!
A continuación tenemos algunos ejemplos de los resultados de clase:
A la intemperie
Hola, soy un banco cualquiera como otros muchos. De madera, como hay en la plaza, como en el que se sienta tu abuela o tu padre leyendo el periódico mientras tú juegas en el parque.
Vivo en un parque de Barcelona y estoy situado debajo de un árbol que en invierno me protege y en verano me da sombra.
Por aquí veo mucha gente, unos vienen y otros van y otros se quedan. Como mi amigo Mario. Él duerme todas las noches conmigo y me cuenta historias.
Una mañana de verano, cuando yo estaba dormido, se me sentó un señor gordo encima y casi me rompe las costillas.
Después vino una mujer con su hijo. Se le puso a dar papilla y se le cayó la mitad encima de mí. Al terminar de comer, el niño cogió un palo y por muy divertido que pareciese a mí me hacía daño.
Luego pasé el mediodía muy tranquilo. Hasta que vinieron unos jóvenes a comer pipas y me pusieron todo perdido.
Y ese fue mi peor día en el parque. Bueno, hasta que vino Mario, me limpió, me puso unos cartones, se echó encima y me contó una historia de cuando era marinero.
(Enara Fortes)
La sartén quemada
Yo nací en una fábrica de sartenes de Alemania. Los primeros días los pasé de viaje en un camión. Por fin llegué al escaparate de una tienda de barrio.
Todo el mundo me miraba y tocaba mucho. No es de extrañar, pues soy una sartén de muy buena calidad, de esas que no se pegan, que parece que cocinan solas.
Un día, una señora muy simpática me miró mucho y me llevó a su casa. Yo estaba contentísima, pues ya tenía casa. Cuando llegamos, María me presentó a su marido y sus hijos:
-¡Mirad qué sartén más chula!
Todos me miraron, les he gustado a todos, pensé.
María me trataba muy bien, me ponía el fuego muy suave para que no me quemara y después me lavaba con mucho cariño. Un día, María no estaba en casa y su hijo tenía hambre. De muy mala manera, me puso al fuego, que estaba muy fuerte. Yo tenía mucho miedo. El chico se puso a hablar por teléfono y no se acordó de mí.
-¡Baja el fuego! -gritaba yo, pero no me escuchaba. Cuando llegó María y vio el humo y las llamas, se puso a gritar y lo último que recuerdo era estar en la basura. ¡Qué pena! Ya no sirvo para nada.
(Iosu Palacios)
La trampa final
Yo nací como nacen todas las arañas. Mi madre y yo vivíamos debajo de la cama de una humana. Mi madre me daba de comer todos los días, gracias al hilo que le salía por la boca. Con ella hacía una red y cazaba mosquitos.
Un día, mientras mi madre estaba haciendo una nueva red, vinieron unos humanos y la aplastaron con un objeto que se ponían los humanos. Me quede solo y lloré hasta que pensé: Voy a vengarme. ¡Cuando sea mayor voy a vengarme! Con esa idea empecé a cuidarme, comía muchos bichos, para hacerme mayor más rápido. Cada vez manejaba mejor el hilo que me salía por la boca.
Me hice mayor, muy mayor y pensé que ya estaba preparado para la trampa final. Saqué todo el hilo que pude porla boca y lo até a la cama, al armario y a la mesa de estudiar.¡Era enorme! Al instanten vino la humana que tenía muy poca altura y cayó en la trampa. ¡Qué bien! pensé.
Lo peor fue cuando hizo un sonido muy fuerte. Encima vinieron dos humanos más, pero, al intentar sacarla, se atraparon ellos también. ¡Lo que me costó envolverlos! Unos 5 años (como dicen los humanos).
(
Irati Lasa)
Imágenes:
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